domingo, 30 de septiembre de 2012

3. LA CIUDAD ANTIGUA


LA CIUDAD ANTIGUA


CAPITULO I. CIENCIAS ANTIGUAS

 

Hacia los últimos tiempos de Grecia y Roma persistieron unos pensamientos y costumbres que procedían de épocas antiguas, respecto de su alma y su muerte, siempre hubo creencias sobre una vida después de la muerte o una segunda existencia, solo como un cambio de vida, no como disolución del ser, ni en un mundo extraño donde el alma pasaba a otra vida, sino que seguía cerca del hombre, asociada a él y vivía bajo la tierra, la muerte nos los separaba, al contrario, se encerraba con el cuerpo en la tumba, se creía que era algo viviente que allí se colocaba.

 

En la ceremonia fúnebre se llamaba el alma tres veces por el nombre que había llevado el fallecido, se le deseaba vivir feliz bajo la tierra, se escribía en la tumba que él reposaba allí. Se le sepultaba con sus objetos de primera necesidad, para que el alma permaneciera en esa morada subterránea, era necesario que el cuerpo quedara cubierto de tierra, el alma que no tuviera tumba quedaba errante y se convertiría en malhechora.

La antigüedad estaba persuadida que sin la sepultura el alma era miserable y que por la sepultura adquiría eterna felicidad, si el alma no se encerraba en la tumba, ésta permanecía errante y se le aparecía los vivos. Por eso se fijaban y encerraban en las tumbas, los antiguos invocaban las almas y las hacían salir momentáneamente de los sepulcros. Se temía menos a la muerte que a la privación de la sepultura ya que se trataba del reposo y la felicidad eternas, en la ciudad antigua el gran castigo para los culpables era privarlos de la sepultura, entre los antiguos se estableció una opinión sobre la mansión de los muertos, se imaginaban una región subterránea mayor que la tumba, donde todas las almas lejos de su cuerpo vivían juntas y donde se aplicaban las penas y recompensas, se rodeaba la tumba de guirnaldas, hierbas y flores, se depositaban tortas, fruta, sal, se derramaba leche, vino y algunas veces sangre de alguna víctima.

 

CAPÍTULO II. CULTO A LOS MUERTOS

 

Entre los griegos había entre cada tumba una alineación destinada a la inmolación de victimas y a la cocción de su sangre y carne. La tumba romana tenía una especie de cocina particular para el uso de los muertos, estas conductas dieron lugar a reglas, puesto que el muerto tenía necesidad de comida y bebida, se concibió un deber de los vivos satisfacer ésta necesidad, fue obligatorio, los muertos pasaban por seres sagrados, los antiguos les otorgaban respeto, les llamaban bienaventurados, buenos, santos, ellos tenían toda la veneración que el hombre pueda sentir por la divinidad, que ama o teme, en su pensamiento, cada muerto era un dios. No se daba distinción entre los muertos, las tumbas eran los templos de estas divinidades, si el muerto se olvidaba se le convertía en un malhechor, aquel al que se honraba era un dios protegido, que amaba a los que le ofrecían el sustento.

 
CAPITULO III. EL FUEGO SAGRADO

 

En las casas de los romanos y los griegos había un altar con fuego y cenizas encendidas, era una obligación sagrada para el jefe de la casa conservar el fuego de día y de noche. No era lícito alimentar ese fuego con cualquier clase de madera, este fuego debía conservarse siempre puro. Había un día del año, que para los romanos era el primero de mayo, en que cada familia tenía que extender el fuego sagrado y encender otro sagradamente, pero era necesario hacerlos según los ritos, el fuego era algo divino, se le adoraba y rendía un verdadero culto, jamás salía el hombre sin dirigir una oración a su hogar, al regreso antes de ver y de abrazar a su mujer e hijos, debía inclinarse ante el hogar e invocarlo, el fuego del hogar era sagrado para la familia, el hombre culpable no podía acercarse a su hogar hasta que se purificara de la mancha, se representó la divinidad del fuego con la figura de una mujer y se llamo Vesta, porque la palabra con que se designó el altar era femenina. El hombre imponía un poder sobrehumano y divino al alma de los muertos, el recuerdo de uno de estos muertos era siempre ligado al hogar, los muertos se enterraban en las casas, el hogar doméstico fue en principio un símbolo de culto a los muertos. Bajo la piedra del lugar descansaban los antepasados, el fuego se encendía allí para honrarle, ese fuego parecía conservar en él la vida o representaba su alma siempre vigilante.

 

CAPÍTULO IV. LA RELIGIÓN DOMÉSTICA

 
Desde hace muchos años el hombre solo admite un doctrina religiosa que le anuncie un solo dios y que se dirija a todos los hombres son rechazar a nadie. En ésta religión primitiva cada dios debía ser adorado por una sola familia, la cual solo podía rendir cultos los muertos que le pertenecían por sangre, por eso la ley prohibía que un extranjero se acercara a la tumba, tocarla con el pie por descuido era algo antirreligioso.  Entre los vivos y los muertos de cada familia existía un cambio perpetuo de buenos oficios, el muerto no podía prescindir del vivo ni éste del muerto, cada familia tenía su tumba donde los muertos descansaban uno al lado del otro, siempre juntos, el culto no era público, por el contrario, se celebraba entre los miembros de la familia, para ésta religión doméstica no había reglas, ni ritual común, cada familia era independiente, nada exterior podía regular su culto o creencia, el sacerdoteera el padre y la religión doméstica solo se pasaba de varón a varón.

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