LIBRO III. LA FRATRÍA Y LA CURIA
CAPITULO I. LA TRIBU
La religión doméstica
prohibía que dos se mezclaran y se identificaran, pero era posible que varias familias, sin
sacrificar nada de su religión particular, se uniesen al menos para la celebración
de otro culto que les fuese común, esto es lo que ocurrió, cierto número de
familias formaron un grupo que la lengua griega llamó fratría y la lengua
latina curia, en el momento de unirse, estas familias concibieron una divinidad
superior a sus divinidades domésticas, divinidad común a todas y que velaba
sobre el grupo entero, no había curia ni
fratría sin altar y sin dios protector, la tribu, tenía un tribunal y un
derecho de justicia sobre sus miembros,
por lo que nos queda de las instituciones de la tribu, se ve que en su
origen estuvo constituida para ser una sociedad independiente, y como si no
hubiese tenido ningún poder social superior.
CAPITULO II. NUEVAS CREENCIAS RELIGIOSAS
La religión de los
muertos permaneció siempre inmutable en sus prácticas, mientras que sus dogmas
se extinguían poco a poco, la otra, la de la naturaleza física, fue más
progresiva y se desarrollo libremente a través de las edades, cada hombre solo
adoraba a un número muy restringido de divinidades, la primera aparición de estas creencias
pertenece a una época en que os hombres aún vivían en el estado de familia,
estos nuevos dioses tuvieron al principio como los demonios, los héroes y los
lares, el carácter de divinidades domésticas, se necesito mucho tiempo antes de
que esos dioses salieren del seno de las familias que los habían concebido y
los consideraban como su patrimonio, a medida que esta nueva religión iba en
progreso, la sociedad debió agrandarse.
CAPITULO III. LA CIUDAD SE FORMA
Varias fratrías se habían
unido en una tribu, varias tribus pudieron asociarse entre si, a condición de
respetarse el culto de cada cual, el día en que se celebró esta alianza,
existió la ciudad, cuando un jefe salía de una ciudad ya constituida para
fundar otra, ordinariamente sólo llevaba un pequeño número de ciudadanos, a los
que se incorporaban muchos otros que procedían de diversos lugares y aun podían
pertenecer a ciertas razas, pero este jefe siempre constituía el nuevo estado a
imagen y semejanza del que acababa de dejar, en consecuencia, dividía su pueblo
en tribus y fratrías.
CAPITULO IV. LA URBE
Ciudad y urbe, no eran
palabras sinónimos entre los antiguos, la ciudad era la asociación religiosa y
política de las familias y de las tribus; la urbe era el lugar de reunión,
domicilio y sobre todo, el santuario de esta asociación, la urbe se fundaba de
un solo golpe; totalmente terminada en un día, pero era preciso que antes
estuviese constituida la ciudad, que era la obra más difícil y ordinariamente
la mas larga, la fundación de una urbe era siempre un acto religioso.
CAPITULO V. EL CULTO DEL FUNDADOR; LA LEYENDA DE
ENEAS
Cada ciudad adoraba al
que la había fundado, el fundador se recordaba cada año en las ceremonias
sagradas, eneas había fundado a lavinio, de donde procedían los albanos y los
Romanos, y que por consecuencia, era considerado como el primer fundador de
Roma, sobre él se estableció un conjunto de tradiciones y recuerdos, Virgilio
se apoderó de ese tema y escribió el poema nacional de la ciudad de Romana, la
llegada de eneas, o mejor, el traslado de los dioses de Troya a Italia, es el
tema de La Eneida, el poeta canta a ese hombre que surca los mares para fundar
una ciudad y llevar sus dioses al lacio.
CAPITULO VI. LOS DIOSES DE LA CIUDAD
Una ciudad era como una
pequeña iglesia, con sus dioses, sus dogmas y su culto, tenían su cuerpo de
sacerdotes que no dependía de ninguna autoridad extraña, tenían libros
litúrgicos, y cada ciudad tenía su colección de oraciones y de prácticas, así
la religión era completamente local y civil, tomando este ultimo nombre en su
antiguo sentido, es decir, especial a cada ciudad, en general, el hombre sólo
conocía a los dioses de su ciudad y sólo a ellos honraba y respetaba.
CAPITULO VII. LA RELIGIÓN DE LA CIUDAD
La principal ceremonia
del culto doméstico era una comida, que se denominaba sacrificio, la principal
ceremonia del culto de la ciudadtambién era una comida de esta naturaleza, que
había de realizarse en común, por todos los ciudadanos, en honor a las
divinidades protectoras, esto estaba tan vigente tanto en Grecia como
en Italia, las fiestas y
el calendario, todo lo que era sagrado daba lugar a una fiesta, existía la
fiesta del recinto de la ciudad amburbalia; la de los límites del territorio
ambarvalia, lo que caracterizaba estas fiestas religiosas era la prohibición de
trabajar, y la prohibición de hacer el mal, la obligación de estar alegres, el
canto y los juegos públicos, el calendario estaba regulado por las leyes de la
religión, que únicamente los sacerdotes conocían, cada ciudad contaba sus años
de una forma diferente.
CAPITULO VIII. LOS RITUALES Y LOS ANALES
A veces , el ritual
estaba escrito en tabletas de madera; a veces, en tela, en Roma tenía sus libros
de pontífices, sus libros de augures, su libro de ceremonias, y su colección de
indigitamenta, la historia de la ciudad decía al ciudadano todo lo que debía
creer y todo lo que debía adorar, por eso la historia era escrita por los
sacerdotes, Roma tenía los anales de los pontífices, al lado de los anales
había también documentos escritos y auténticos, una tradición oral que se
perpetuaba en el pueblo de cada ciudad.
CAPITULO IX. GOBIERNO DE LA CIUDAD. EL REY
El sacerdote del hogar
público ostentaba el nombre del rey, en ocasiones le daban otros títulos, este
es principalmente el jefe del culto, el conserva el hogar, hace el sacrificio y
pronuncia la oración, preside las comidas religiosas, la tradición siempre los
representa como sacerdotes, a estos reyes−sacerdotes se les entronizaba con un
ceremonial religioso.
CAPITULO X. EL MAGISTRADO
El magistrado remplazó al
rey, fue como él, un sacerdote al mismo tiempo que un jefe político, no había
ningún magistrado que no tuviese que realizar algún acto sagrado, los tribunos
de la plebe eran los únicos que no tenían que realizar ningún sacrificio, las
magistraturas Romanas, que cierto sentido fueron miembros sucesivamente
desgajados del consulado, reunieron como éste atribuciones sacerdotales y atribuciones
políticas.
CAPITULO XI. LA LEY
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